Si formamos a nuestros hijos en la práctica de los buenos deseos, de
los valores morales, lograremos transformar nuestra sociedad a través
de la reflexión y no de las reglas ni del castigo. Así les ayudamos a
desarrollar la capacidad de amar, para sentir, alegría, para dar,
para cambiar y crear lo que deseen de su propia vida, para hacer
realidad las metas y los sueños que sólo les produzcan felicidad.
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